miércoles, 8 de octubre de 2014

Europa




A veces íbamos al mar, cuando no había mucho viento. Me gustaba que los trajes se arrastraran por la arena, dejando un camino marcado. Después las huellas de Sofía arruinaban todo, siempre nos seguía y como caminaba mal, porque era chiquita, había que esperarla y levantarla para que siguiera el viaje hasta el bosque. Ahí armábamos la casita. Eran telas y unas cañas que Laura, mi hermana grande, había conseguido.
Laura tenía un vestido muy ancho y largo. Verde en  los costados y dorado en el centro, brocato, le decía mamá. Tenía que ajustarlo con un cinto hecho de tul violeta porque se le caía y se lo pisaba, a mamá le quedaba bien, ella ya no lo usaba más, ya había actuado en esa obra.
Yo siempre que iba a la playa llevaba una túnica que tenía muchos colores y telas transparentes, era mi favorita por dos razones: porque la obra donde se había usado se llamaba Sueño de una noche de verano y ese nombre me gustaba más que ningún otro. La otra razón era que Europa usaba túnicas, me lo había dicho Laura, y ahora, mientras ella armaba la casita, yo me tiraba en el suelo cubierto de agujas de pino y pensaba que con ese vestido que tenía puesto estaba igual a Europa, la chica de la leyenda.
El libro se llamaba La Edad de Oro, era de mamá y era viejo. Tenía dibujos raros, en tres colores: blanco negro y verde claro, y pocos, cada leyenda tenía sólo un dibujo.
Había pasado tardes enteras con la cabeza en ese cuento, Europa, que era hermosa, se había ido con sus tres hermanos Cadmo, Fénix y Cílix de día de campo cerca del mar. En un momento  se alejó a un prado a cortar flores, y de repente apareció un toro blanco muy lindo  y muy grande, y se hicieron amigos, ella le trenzó una corona de flores, y como premio él la invitó a dar una vuelta subida a su lomo. Pero la raptó y se la llevó porque era un dios disfrazado y se había enamorado de ella. Después el cuento seguía con la búsqueda de su mamá, y sus dos hermanos y se ponía un poco largo, por eso yo siempre pensaba en esas primeras páginas, que leía y volvía a leer sintiendo el olor del pasto y del mar, casi podía adivinar el aliento a trébol que tenía el toro blanco.
Pero al mar no lo iba a ver nunca más, mamá me dijo que seguro vendríamos todos los años de vacaciones, pero yo sabía que ellos dicen y dicen pero después las cosas se olvidan.
Mamá se trajo toda la ropa que tenía en el teatro, y junto con la que ya teníamos era lo que necesitábamos para armar las obras que teníamos pensadas con Laura.
Nos fuimos para Buenos Aires una mañana con un poco de lluvia, me habían dicho que Buenos Aires era una ciudad grande, y que íbamos a ir a una escuela nueva, con compañeras que seguro me iban a gustar.
Resultó que la casa no era una casa, era un departamento en un primer piso, ellos decían que estaba bueno porque era antiguo y que tenía un ascensor de esos tan lindos de antes. Yo no quería vivir en un primer piso, además teníamos que dormir las tres en la misma habitación. Con Laura no tenía problemas, pero Sofía quería que le diera la mano todas las noches para poder dormir y molestaba mucho…
Ése es el principio del cuento, hace como seis meses con estoy dando vueltas y no lo escribo, lo mejor de la historia es el final, porque protagonista, que se va a vivir a San Telmo, juega en la Plaza Dorrego con sus hermanas a hacer una casita y se disfrazan, y la gente, en su mayoría turistas, las esperan pensando que son un grupo de teatro callejero que está por comenzar una función y al ritmo de sus aplausos les gritan “ Que empiecen, qué empiecen”...
Esa es la anécdota que me contó una tarde mi amiga Victoria, lo imaginé un cuento, lo quería mezclar con mi infancia, siempre aislada con un libro, mucho tiempo con el libro de Hawthorne, la edad de oro, bajo el brazo y mi mamá sin el cuidado que le pone ahora, que no lo deja salir de su casa porque es una pieza de museo. Escribiendo el cuento quería sentir ese hechizo que a veces aparece cuando uno empieza a tipear y se pierde en un momento olvidado… allá lejos y hace tiempo, mafalda, la kodak instamatic, como para engañar al olvido. Pero no sé qué pasa, ya va a aparecer. Mientras tanto, la ventana con el vidrio partido, una cortina rosa dior de tan gastada y en el patio… el palo borracho reventando brotes y formando una cúpula arriba de los tréboles, y vuelvo al toro de Europa, Hawthorne decía… “aliento a trébol”... con eso me quedo en la oficina, bajo el florescente, me quedan 3 horas para salir.

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